El sufrimiento de los seres humanos depende del tamaño de nuestros deseos, dicen las nuevas teorías humanistas. El verbo desear nunca para en la mente del hombre, siempre está activo porque apenas se satisface un deseo nos surge otro. Y si alguien sabe bien cómo funciona el verbo desear son los mercadólogos,
expertos en crear deseos;
mientras más débil es nuestra sabiduría de la vida más fácil caemos en los deseos creados por la mercadotecnia.
El mundo de los alcohólicos es un mundo que los que disfrutamos de un buen tinto o cerveza de vez en cuando, no entendemos, es como si viviéramos en dimensiones diferentes, lo que sí sabemos es que les falla la fuerza de voluntad para parar y que sus disculpas se basan en lo que les faltó o sobró en la vida. Entendí la complejidad de este asunto escuchando frente a una tribuna a un hombre muy rico diciendo que sus padres le dieron todo por eso era alcohólico, luego subió uno muy pobre a contar su experiencia, explicó ampliamente y con detalles miserables que padecía esta enfermedad porque sus padres eran muy pobres y no le dieron nada, finalmente subió otro y dijo que le gustaba empinar el codo hasta quedar idiota porque de niño sufrió mucho y aunque no fue pobre, tampoco rico, pero fue huérfano.
Amable lector, toda esta diatriba es solo para reafirmar las palabras de la alcaldesa María Eugenia Campos que en días pasados dijo: “Chihuahua no está listo para vender alcohol las veinticuatro horas”. Y creo que nunca va a estar, porque dígame usted quién puede razonar sobre los desatinos del alcohol ante la imagen de una chica hermosa, feliz y a la moda que flirtea con un divino ejemplar masculino (de esos que se dan en los gimnasios) bebiendo una champaña burbujeante que se sirve sola en una atmosfera de amor y éxtasis. No razono en estos comerciales, son mis escenas preferidas y me los creo completos.
Cuando les conté a mis hijos que hace cien años existía prohibición a la venta de alcohol, que las bandas de traficantes de licores se mataban por dominar las ciudades estadounidenses y que el Chapo Guzmán de entonces se llamó Al Capone, abrieron tanto los ojos que pensé que les saltarían: “lo único nuevo en el mundo, son ustedes” les dije, y me odiaron como siempre lo hacen ante mis disertaciones filosóficas contra las drogas que incluyen el cigarro y el alcohol.
Doy un aplauso a Maru por su decisión, nada le costaba decir que sí y congraciarse con algunos vendedores mientras la juventud padece el exceso de oferta; y es que no son los borrachos conocidos ni los alcohólicos anónimos los que me preocupan sino los chicos que comienzan, adolescentes que han formado su criterio sobre la felicidad en base a esta mercadotecnia que nos introduce al mundo del desear. Y entonces un adolescente le dirá a otro que si venden alcoholes todo el día en cualquier lado, en la navidad, no puede ser tan malo, ¿o sí?
Es verdad que los deseos nunca paran, si lo tenemos todo queremos algo más que nos estimule, y ahí a la mano está el alcohol para profundizar emociones. El sufrimiento viene de desear una cosa tras otra y la mercadotecnia se encarga de eso: hacernos desear una cosa tras otra. Sin embargo, tal como las drogas expanden nuestra conciencia y nos proporcionan bienestar instantáneo también hay técnicas de respiración, meditación y yoga, cuyo placer es igual, la cuestión es tener voluntad para conocerlas y hacerlas parte de nuestras vidas, y eso no lo anuncian con chicos bellos, veinticuatro horas, ni se usa para festejar el nacimiento del niño Jesús.
Namasté. Www.silviagonzalez.com.mx