La lectura de novelas ha contestado mis preguntas sobre la vida. Cuando leí la novela de Balzac sobre un hombre muy rico, tacaño, que hacía padecer fríos a su mujer y a su hija por no comprar leña, esperé, ávida, el momento de su muerte que para mí significaba la libertad económica de las mujeres, sin embargo, al morir el hombre, ellas perpetúan la tacañería del viejo, limitando, precisamente, la leña para calentarse. El escritor es un ojo del universo, se trepa en una nube, descubre el pasado de sus protagonistas -un país, una dictadura, una enfermedad, un conflicto o un ser humano-, y con ello vislumbra su futuro. El literato es antropólogo, astrónomo, siquiatra, médico, ingeniero, financiero, filósofo, sacerdote, estratega de guerra y sabio del alma. Desde arriba acomoda a sus muñecos en la línea del tiempo de la Tierra y les va poniendo pasiones, ninguna nueva porque no hay ardores sin descubrir en el ser humano. En la historia de los avaros yo esperaba lo contrario porque no reparaba en lo obvio: que vivimos como aprendimos. Otras novelas me han dado una explicación sobre mi existencia, por ejemplo, Cien Años de Soledad me enseñó que la vida se vive en “redondo” porque en esta casa que hoy habito llegarán mis nietos, luego mis bisnietos, seguidos de los tataranietos quienes en menos de cincuenta años tendrán sus propios nietos, como sucede con Úrsula Iguarán protagonista de este texto, y que vivirán conflictos emocionales, como los míos, en un círculo sin fin -lo único que cambia es el contexto-. Con Nubes Borrascosas supe que para sobrevivir en una casa en la que todos se odian solo el agradecimiento te puede salvar. Con Vargas Llosa y El Celta entendí que los evolucionados ingleses se chuparon toda África; con Elena Garro y Los Recuerdos del Porvenir comprendí el “sin propósito” de los generales revolucionarios. Y con Isabel Allende aprendí que mi rebeldía contra la misoginia estaba bien. La novela es crítica, con ella asimilamos que somos títeres en el drama de la vida y que en un momento determinado bajaremos del escenario, no importa que nos creamos en misión divina. Las pasiones de nosotros los seres humanos no son nuevas, pero dependen del contexto en que nos toca, por eso hay dramas novelescos difíciles de entender por nuestros jóvenes occidentales como Crónica de una Muerte Anunciada, donde dos hermanos ofendidos matan a Santiago Nasar porque su hermana lo acusa de que le robó la virginidad ¿de que le robó qué? ¿o sea matar a alguien porque tu hermana se metió con él antes de casarse con otro? “¡Qué oso!” exclaman, sin encontrarle emoción al tema, así que de esta novela solo nos queda la hermosa prosa de García Márquez que podemos exprimir con análisis antropológico y usar para mostrar la discriminación de género que existía, además de agradecer la evolución para que las mujeres ya no pasemos por esos trances cavernícolas.
Querido lector, cada ciencia tiene una respuesta a la razón de la vida, la literatura muestra la sicología del ser humano, leer estructura el pensamiento y le pone nombre a nuestras emociones tal como lo hacen los escritores con sus personajes. Por medio de las novelas supe que llegué a una obra de teatro puesta por mis padres, su cultura y el momento, luego empecé a actuar según lo aprendido… y ya no tardo en salir de escenario; también supe que si disfrutamos o sufrimos en nuestra actuación no importa, de todos modos, termina, y sube a escena la nueva generación.
NAMASTE ...