Hoy, como nunca en la historia del hombre
se lee tanto a lo largo del día, sin embargo, el reto es seleccionar nuestros temas y profundizar en ellos para evitar que nos suceda lo que narra el guapo escritor sudafricano, Coetzee, en su novela de nombre “Esperando a los Bárbaros”. Esperando a los Bárbaros cuenta la historia de un pueblo, donde corre el rumor de que será atacado por los bárbaros. Los bárbaros son las tribus indígenas de la región con las que han convivido “los civilizados” habitantes blancos sin problema alguno, pero en base a este murmullo se cometen una serie de barbaridades en su propia comunidad, y contra unos pocos indígenas que atraparon.
J. M. Coetzee, escritor premiado con el Novel,
hace unos años, nos presenta la ironía de lo bárbaro que podemos ser los que nos consideramos civilizados. Hay mucho para aprender en este tipo de novelas que, con escenas de amores imposibles, bien planteados, nos dejan un amargo sabor de boca por la denuncia social que sutilmente introduce el escritor. Algo parecido, en cuanto a denuncia social, he escrito en mi última novela que sucede en Tíbet, país de religión budista, en ella nos damos cuenta del genocidio que cometieron los chinos contra los tibetanos hace cincuenta años para hacerse de casi la mitad del territorio que hoy ostentan.
Hay muchas ironías de los seres humanos en mi novela, una de ellas es la supresión de la religión budista, a punta de bala, porque los comunistas ateos aseguraban que la religión es el opio de las masas y al invadir a Tíbet lo obligaron a destruir sus budas, sin embargo, por las calles de las ciudades tibetanas los chinos colgaron unas grandes mantas con la fotografía de Mao Tse Tung, su presidente, a quien sus soldados adoraban más que los budistas a su Buda. Y bueno, ya que Dios me dio el arma del cuestionamiento, les pregunto, queridos lectores, cómo creen que debe ser un historiador: ¿objetivo o partidario? pues bien, me sucedió que al leer el periódico del domingo encuentro a un historiador que admiro, por su larga dedicación y trayectoria, halagando al comunismo (ya en vías de extinción) y a Mao, y esto no me parece mal, cada quien que amé a quien mejor se le acomode a su neurosis, personalmente admiro el país de China, pero en un lado de la larga plana hay un agregado que dice EL MITO DEL TIBET,
y me he tapado la boca para reírme a gusto de su incongruencia: "El Ejercito Rojo sometió al Dalai Lama", "integró al Tíbet a la política socialista" dice el historiador elegantemente, pero le doy la traducción real y burda: invasión y genocidio. Siempre recomiendo estudiar la historia del hombre para entender la vida, y me sonrojé pensando en lo torcida que llegará la información a nuestros bisnietos si los historiadores no son objetivos. ¿Sabe usted cómo se somete a un monje que se la pasa rezando por la paz? y ¿cómo se integra un país independiente a otro sin masacrar a sus habitantes? Yo no.
Es por eso que los bárbaros nunca serán las tribus sin escuelas, ni hospitales ni centros comerciales, sino nuestros radicales criterios, que son los que hacen las guerras. Por algo la filosofía budista recomienda andar siempre por el camino de en medio, fluir con la corriente, ni flojo ni tirante: ni radical ni indiferente.
Si usted, amable lector, le gusta conocer el comportamiento del hombre en todo tipo de cultura, en este caso la asiática, y sobre todo que se deleite con las historias de amor en países exóticos, y además quiere conocer el conflicto Chino-tibetano de primera mano
le recomiendo mi novela, que además está aderezada
con una hermosa historia de amor en un lugar paradisiaco de esta linda tierra, que cuando nos comportamos como radicales la convertimos en infierno. Y por cierto Los Bárbaros nunca llegaron.
Namasté .
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SGD