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  • Silvia Gonzalez

Niñas casadas por orden paterna, en la Sierra Tarahumara


Existe en la Sierra Tarahumara, entre los usos de las cuatro etnias que la forman, la práctica de dar en matrimonio a las hijas, menores de edad, a cambio de un bien material para el padre. Esto ha sido poco cuestionado por las organizaciones de defensa de los derechos de las mujeres, en la ciudad de Chihuahua, en estos años de equidad.


Si la evolución de la mujer chihuahuense, de ama de casa a profesionista y dueña de su parecer, ha sido lenta, la de la mujer indígena proveniente de la Sierra Tarahumara apenas comienza. Pero creo que no podemos hablar de equidad de género solo en una parte de la sociedad y el presente texto busca que las mujeres que tienen el poder de hacer leyes y hacer cumplir las que ya existen, demanden, defiendan, promocionen, encarcelen, para que pare ya el abuso sexual y emocional de estas niñas; mujeres como nosotras.

Las leyes de estas rancherías y pueblos, formados por los rarámuris, los guarijíos, los pimas y los tepehuanos, se rigen por los Usos y Costumbres de los Pueblos Indígenas, es decir sus propias leyes, es un sistema de autogobierno apartado de las leyes de los demás mexicanos que se hace con la finalidad de respetarles su identidad y su ancestral estilo de vida, pero, precisamente, esa es la razón principal del abuso sexual a las niñas porque el castigo por una violación no conlleva encarcelamiento.

El doctor en Ciencias Sociales Héctor Gómez Peralta en su libro “Los Usos y Costumbres en las Comunidades Indígenas de los Altos de Chiapas como una Estructura Conservadora”, menciona:



…cualquier esfuerzo por conservar los usos y costumbres como herencia precolombina, que resiste adecuaciones a la experiencia actual, puede ser contraproducente, como en el caso de obstaculizar la participación de la mujer por el simple hecho de que así lo marca la tradición desde tiempos ancestrales. *



La Ley de Usos y Costumbres de los Pueblos Indígenas se volvió un pretexto para no defender a las niñas de las etnias de la Sierra Tarahumara, una vacilación social en las que las propias mujeres hemos caído, luchando por otros derechos (el aborto), pero volteando la cara a nuestras congéneres en condiciones de verdadero sufrimiento.

La pobreza de las mujeres de la Sierra Tarahumara es inevitable y preponderante, pero no es motivo de este texto, porque una cosa lleva a la otra, como lo vemos en estas fotografías, sobre lo que sucede en Salvial, en el municipio de Batopilas, donde un indígena, de apellido, Mendoza Castillo, tiene a varias mujeres tomadas por esposas y viven en los mismos tres cuartos, en resumen se contaron 80 niños y 20 adultos, casi todos del sexo femenino. Cosa que la periodista chihuahuense Lourdes Díaz López ha expuesto en los medios, en años pasados, sin que se haga nada al respecto.









En el pasado 2109, obtuve el premio DEMAC, una asociación que promueve la escritura y las causas femeninas, por mi texto Tab´tami, que significa forzar a tener relaciones sexuales, en idioma rarámuri, para ese trabajo me di a la tarea de hacer unas entrevistas en ciertos poblados de la Sierra, más algunos cuestionarios levantados aquí en los asentamientos tarahumaras de la ciudad. Las preguntas iban desde la edad de su iniciación a la sexualidad, si fue consentida o forzada, y si sabían que la violación se paga con cárcel. Las respuestas fueron sorprendentes, con cortas y escuetas respuestas, el 90% dijo haber sido forzada antes de los quince años y de un universo de 50 entrevistas solo las respondidas aquí en Chihuahua sabían que la violación es un delito que se castiga con cárcel.


Todas ignoran que la violación no es un acto de necesidad física sexual sino de odio infinito a la feminidad, de poder y sometimiento al más débil, como ha sido comprobado por los terapeutas actuales.


Un ejemplo estremecedor es esta comunidad de Salvial donde el cacique toma a cuanta mujer quiere y la convierte en su esposa. Como testimonio de esto tenemos esta fotografía que aunque no fue tomada en el 2019 sino algunos años antes es el mismo personaje. Apenas una o dos mujeres se ven mayores de edad.


En la anterior fotografía tomada por la periodista Lourdes Díaz López a Mendoza Castillo con sus esposas e hijos. Observe la ausencia de adultos y de unos pocos niños del género masculino.


Mujeres chihuahuenses esto no sucede en África sino a cuatro o cinco horas de la capital. Este indígena proxeneta que debiera pasar muchos años en la cárcel por estupro, violación equiparada, poligamia, secuestro, y tantos cargos más, no permite que nadie más entre y salga de su propiedad, ni siquiera su propia familia, y lo peor es que es respetado por las autoridades de Batopilas quienes se cruzan de brazos, pues Mendoza les dijo que no se metieran con él.


¿Y las leyes mexicanas que defienden a los que no pueden defenderse, como las niñas tarahumaras, para cuando son?


En el reportaje de Lourdes Díaz López, quien tomó las fotos y entrevistó a este hombre hace algunos años dice que al preguntarle por su esposa muestra solo a la mujer más anciana, esto significa que sabe que lo que hace está mal.



Este indígena está arropado por dos tipos de leyes: la desactualizada de los Pueblos Indígenas y la de los mexicanos que se lo permiten; pero nosotras las mujeres ¿lo seguiremos permitiendo? Esas niñas son mujeres antes que indígenas.



Fotografía de Mendoza cuando le preguntan por su esposa








Los pobladores cercanos temen que el hombre tome a sus propias hijas como esposas y les pague con un saco de maíz, una costumbre aceptada como legal en su etnia.

La migración de las mujeres indígenas de la Sierra Tarahumara, a las ciudades del estado de Chihuahua, comenzó hace menos de veinte años. Calladas y tozudas poco contaban a sus empleadoras sobre cómo se vive en la Sierra, mientras la misma sociedad chihuahuense creó una visión bastante romántica del varón indígena Tarahumara que vive en libertad, protege el bosque, le baila a Rayenary, el sol, para tener una buena cosecha y vive como hace quinientos años.


Pero las mujeres indígenas, tras una o dos décadas de vivir en la ciudad están contando sus historias: la mayoría son violadas antes de los 15 años, y no por mestizos, sino por los hombres de su comunidad. Y es que los violadores, las víctimas y los gobiernos de sus comunidades, desconocen que este es un delito que se castiga con cárcel.

¿Por qué no lo saben? Porque sus ancestrales leyes, cobijadas bajo la mencionada Ley de los Usos y Costumbres de los Pueblos Indígenas, no permiten que se castigue con cárcel, y el gobierno de Chihuahua no se ha dado a la tarea de difundir esta Ley, incluirlos en esta normativa y aplicarla.


Tampoco las ONGs que protegen a las mujeres se han manifestado.

Más espantable es, todavía, que sean intercambiadas por bienes, como sucedió en el 2019 en la comunidad de Rojochike, en Guachochi, evento del que fui testigo y la adolescente fue “casada” con un adulto a cambio de un bien económico para el padre.


¿Acaso no es eso pederastia, trata y prostitución?

En el estudio de Los Usos y Costumbres de Pueblos Indígenas que hizo la Cámara de diputados ante la confusión de esta ley, se determinó que los Usos y Costumbres de los Pueblos Indígenas deben utilizarse para sus formas internas de convivencia y organización, y menciona que debe haber sanción a los actos delictivos; sin embargo la violación sexual entre los indígenas no se considera un delito de cárcel, sino que, simplemente, se resarce el daño con un pago económico, así, el doloroso acto de abuso a una menor, queda saldado con un chivo, un saco de maíz, o la gran ganga de un matrimonio forzado como pago; esto, a todos los machos, los pone contentos, pero las féminas sabemos que es un acto ingrato y misógino pues no hay niña agredida que se sienta reconfortada con esta solución.

Si los antropólogos y el gobierno insisten en que se deben respetar sus Usos y Costumbres entonces que no se les permita el celular, vestirse y drogarse como mestizos, comer panqué Bimbo, tomar mucha Coca Cola, ir a la universidad , curarse con medicinas en vez de hierbas, etc.

La última pregunta que hice a mis entrevistadas fue:


¿Te gustaría que metieran a la cárcel a los violadores?


Hubo muchos “sí”, algunas abstenciones y muchas miradas evasivas.

Una de ellas, muchacha con estudios universitarios, eludiendo la mirada de un antropólogo que estaba presente y que insistía en que no debemos invadir las culturas indígenas, me dijo tímidamente: Sí, que se castigue, le echan a uno a perder la vida.


El doctor en Ciencias Políticas, Héctor Gómez Peralta, lo dice así:

“En el tema de usos y costumbres de los pueblos y comunidades indígenas, se puede establecer una visión ambivalente… es indispensable prever la evolución en materia de derechos humanos del papel y el rol de la mujer hoy en día… siendo éste el reto, entre otros, por los que atraviesan los usos y costumbres indígenas en México”.**


Ojalá y las congresistas de hoy tomaran este caso en sus manos y que se resolviera a favor de que la violación en la comunidad indígena se pague con cárcel, con algunos cuantos encarcelados bastaría para aprender la lección y correr la voz, también ayudarían unos grandes espectaculares con la traducción al rarámuri:-


Api nijirapamiju osanao wamibi wachali carcelchi.

La violación se paga con ocho años de cárcel.


Nakulikeko cuchi namuti uja la carcelchi chijo wachali.

Intercambiar a tu hija por un bien se paga con cárcel.


Sí al menos se diera este paso en el respeto a las niñas tarahumaras tendríamos la sensación de que estamos avanzando en la civilidad.


Creo que el derecho al aborto puede esperar mientras auxiliamos a estas niñas.




*,**Gómez Peralta, Héctor, LOS USOS Y COSTUMBRES EN LAS COMUNIDADES INDÍGENAS DE LOS ALTOS DE CHIAPAS COMO UNA ESTRUCTURA CONSERVADORA, Estudios Políticos, vol. 8, núm. 5, mayo-agosto, 2005, pp. 121-144, Universidad Nacional Autónoma de México UNAM, Distrito Federal, México Dirección en Internet: http://www.redalyc.org/pdf/4264/426439533006.pdf Fecha de consulta 8 de noviembre de 2017













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